Por Carlos Vaccaro, Director Ejecutivo de la Cámara Argentina del Acero (CAA)
La industria de la construcción tiene su propio papel estratégico que cumplir en la transición energética. Hace años lidera un proceso de reconversión en pos de un ecosistema adecuado que utilice energías renovables, materiales duraderos y genere menos residuos, y actualmente es traccionado por el potencial energético del país.
Los nuevos modelos de construcción sostenible abren un universo de posibilidades orientadas a disminuir la contaminación ambiental, a la vez que impulsan al sector. La industria se ha convertido en los últimos años en un socio irremplazable para los grandes proyectos de infraestructura energética.
Hay cada vez más inversión en tecnologías sustentables, como lo es la energía solar, que tiende a utilizar materiales duraderos para minimizar la generación de residuos. El cemento reciclado, el acero y los vidrios sustentables comienzan a aparecer en las nuevas edificaciones. También se empiezan a reemplazar prácticas de construcción tradicionales por otras más ambientales.
Entre las formas de construcción más amigables con el ambiente destaca el steel frame, la construcción en seco que gana cada vez más adeptos, especialmente en su variante de estructuras de acero livianas. Este método, además de ser una alternativa a la forma tradicional, optimiza los recursos y agiliza los procesos con su consecuente ahorro de insumos y horas de trabajo.
Argentina es el tercer país de Sudamérica que más adoptó este método. El consumo de placas de yeso, que es el principal indicador que se utiliza para hacer la medición, es de 0,8 m2/habitantes por año, sólo por debajo de Chile con 3 y de Uruguay con 1,1 metro cuadrado por persona.
Dentro de este esquema de construcción, el material que juega un rol clave es el acero. Ninguna de las fuentes de energía renovables sería posible sin este metal, ya que éste es el insumo principal. Los edificios inteligentes que incorporan paneles solares no podrían hacerlo si la industria siderúrgica no estuviera presente.
La producción de acero crudo fue de 447.300 toneladas en septiembre pasado, un crecimiento del 6% interanual. Además, el hierro primario también tuvo un aumento del 4% interanual, alcanzando las 306.000 toneladas. El impulso provino del sector energético y sus grandes proyectos de infraestructura que incluyen desde la operatividad de Vaca Muerta hasta la ampliación de los oleoductos a Bahía Blanca y Chile. Así, el acero resulta también clave para el gas, una fuente de transición fundamental.
En cuanto a las fuentes exclusivamente renovables, entre las que se incluye energía solar, eólica, geotérmica e hidráulica, sería impensable pensar en su expansión sin el acero. En el caso de la energía solar, los proyectos a escala de servicios públicos producen normalmente entre 100 a 300 MW de energía y requieren de 35 a 45 toneladas de ese metal por cada nuevo MW.
Una situación similar se da en el campo de la energía eólica. Los parques eólicos terrestres, que son relativamente pequeños y producen entre 2 y 3 MW de potencia por turbina, necesitan acero para la construcción de la torre estructural, la cámara y las palas de la turbina. En el caso de los parques eólicos marinos, estos requieren una combinación de hierro para soportar los enormes cimientos que están anclados en el lecho del mar. Por su parte, los parques de última generación que se construyen más alejados de la costa precisan una estructura flotante del mismo material.
La construcción no sólo está involucrada de lleno en la transición energética que lleva adelante el país, es la clave de que pueda lograrse en tiempo y forma. En base a un modelo industrial sustentable, donde el acero juega un rol protagónico, y que desarrolle la infraestructura que requieren las grandes obras ambientales, se alcanzará más rápido una economía más verde.